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Declaración de Fe

Creemos en la inspiración plenaria y verbal de las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento en sus documentos originales como la Palabra de Dios auténtica y genuina; ella constituye la revelación completa de su voluntad para la salvación de los hombres y es por lo tanto la única regla divina de la fe y la práctica cristiana (2 P. 1:19-21, 2 Ti. 3:15-16): Creemos que hay un Dios infinitamente perfecto que existe eternamente en tres personas: El Padre El Hijo y el Espíritu Santo (Dt. 6:4)(Mt. 5:48)(Mt. 28:19). Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Fue concebido por el Espíritu Santo y nació de la Virgen María. Murió en la cruz un sacrificio en sustitución por los injustos; y todos los que creen en Él son justificados a base de su sangre derramada. Resucitó de entre los muertos conforme a las Escrituras; está a la diestra de la majestad en las alturas como nuestro gran Sumo Sacerdote; de donde volverá otra vez a establecer en la tierra su reino de justicia y paz (Fil. 2:6-11)(Lc. 1:36-38)(1 P. 2:24)(1 P. 3:18)(Ro.5:9)(Hch. 2:23-24)(He. 8:1)(Mt. 26:64). El Espíritu Santo es una persona divina; Ejecutivo de la Trinidad; Consolador enviado por el Señor Jesucristo para habitar en el creyente, guiarlo e instruirlo; a redargüir al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Jn.14:15-18)(Jn. 16:3)(Jn 16:7-11). El hombre fue creado originalmente a imagen y semejanza de Dios; cayó por desobediencia, incurriendo así en muerte física y espiritual. Todos los hombres nacen con una naturaleza pecaminosa, hallándose, por lo tanto, desprovistos de la vida divina, y sólo pueden ser salvos mediante la obra expiatoria del Señor Jesucristo. La suerte del impenitente e incrédulo es una existencia perpetua de tormento, y la del creyente de gozo y felicidad eterna (Gn.1:27)(Ro 3:23)(1 Co. 15:20-23)(Ap. 21:8)(Ap. 21:1-4). La salvación es una provisión hecha por Jesucristo para todos los hombres; aquellos que lo acepten a Él por la fe son renacidos del Espíritu Santo y reciben el don de la vida eterna, siendo hechos hijos de Dios (Tit. 3:4-7). Habrá una resurrección corporal de los justos y de los injustos; los primeros resucitados para la vida y los segundos para juicio (1 Co. 15:20-23)(Jn. 5:28-29). Creemos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, un organismo más bien que una organización, formada por los redimidos durante la época de la gracia, desde Pentecostés hasta el Segundo Advenimiento del Señor. La edificación de esta iglesia es la obra preeminente de Cristo durante la dispensación actual, de acuerdo con sus propias palabras en Mateo 16:18: “Sobre esta roca yo edificaré mi Iglesia”. Puesto que la iglesia es aquel “Pueblo para su nombre”, escogido de entre gentiles y judíos, se requiere la mayor y más amplia predicación del Evangelio para la realización de dicho fin. Creemos que es de esencial importancia reconocer la unidad y la unión de la verdadera Iglesia como el Cuerpo de Cristo y el medio de su manifestación al mundo (Mt. 16:18) (Hch. 15:14). Es la voluntad de Dios que cada creyente sea enteramente santificado mediante la obra del Espíritu Santo, siendo por ella separado del mundo y del pecado y plenamente consagrado a Dios para una vida santa y un servicio efectivo. Esta obra del Espíritu Santo en el creyente, llamada la santificación, se reconoce como una experiencia subsiguiente a la conversión (1 Ts. 5:23)(Hch. 1:8)(Ro 6:1-14). En la redención del Señor Jesucristo se ha hecho también provisión para la sanidad del cuerpo mortal en conformidad con Su Palabra. Según lo expuesto en Santiago, capítulo cinco, la unción con aceite ha de practicarse por la iglesia en el presente siglo (Mt. 8:16-17)(Stg. 5:13-16). De acuerdo con las profecías de ambos Testamentos y las promesas a Israel, el reinado Mesiánico y Milenario de Cristo será establecido mediante su propio advenimiento personal y visible a la tierra en poder y gloria. Es ésta una verdad práctica que debe estimular poderosamente la obra de la evangelización y la pureza de vida (He. 10:37)(Lc. 21:27)(Tit. 2:11-14). Las Escrituras enseñan claramente el deber de todos los creyentes de vivir una vida de fe y de sacrificio, y de entregarse continuamente a la oración y la intercesión a favor de otros.
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